El arte y el mundo empresarial

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* Autor: Javier González de Durana *

El mundo de la empresa y el del arte han ido habitualmente de la mano, sin que sea necesario recurrir a Hans Holbein o a Quentin de Metsys para probarlo, pues basta con recordar las numerosas tablas góticas en las que los comerciantes-comitentes se hacían representar con una mezcla de orgullo mundano y fervor espiritual. No todos los empresarios ni todas las empresas son coleccionistas de arte, ya que esto no forma parte de sus objetivos y tareas; pero sin un tejido empresarial dinámico y que genere beneficios colectivos e individuales tampoco es posible la aparición de un mercado del arte en cuyo seno el coleccionismo pueda surgir y desarrollarse.

Antes de que empezara el coleccionismo empresarial como actividad corporativa, algunos empresarios eran coleccionistas a título personal. En ambos casos los motivos son iguales: una sensibilidad (orientada hacia el arte), un gusto (enfocado a un tipo específico de arte: antiguo, moderno, pintura, escultura…) y una capacidad económica (dirigida a adquirir las mejores piezas que las oportunidades ponen al alcance). Estas premisas son las que definen la criteriología del coleccionismo, su campo de actuación y su estrategia, dando lo mismo que se haya forjado en el ámbito de la privacidad individual o en el del consenso corporativo.

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Se suele decir que el coleccionismo corporativo implica, a diferencia del individual, solo una estratégica diversificación de activos. Pero también en el coleccionismo privado las obras de arte son una ayuda cuando resulta necesario resolver necesidades más importantes. No es una anomalía, ni una traición, sino una solución, al tiempo que un desgarro; o sea, parte de la vida misma porque, finalmente, coleccionar es una forma apasionada de vivir en la que se producen ganancias y pérdidas, logros y frustraciones. No siempre se puede coleccionar lo que se desea, pero siempre es el deseo el que estimula a seguir persiguiendo la mejora y el acrecentamiento de la colección.

En este punto, la mayor diferencia reside en la difusión de las consecuencias de ese deseo, pues mientras el coleccionismo privado tiende a recluirse en espacios domésticos no accesibles, la corporación busca socializar, de alguna manera, sus resultados. E Iberdrola es un buen ejemplo de ello.

Autor: Javier González de Durana
Bio: Comisario de la exposición La piel translúcida