“En este pueblo hay más ovejas que habitantes”, confiesa Pilar. Y lo sabe de buena tinta, pues tiene una ganadería con 500 ovejas en Carriches, una localidad de Toledo en la que no hay censados ni 300 habitantes. Ella es uno de los ejemplos de mujeres que optaron libremente por el mundo rural y que ahora son la columna vertebral del futuro de nuestros pueblos.
Como tantos jóvenes, Pilar decidió hace años irse del pueblo con destino a Madrid, donde se quedó con la peluquería que tenía su cuñado en pleno centro. La peluquería funcionaba (y funciona) muy bien, pero ella sentía que tenía que hacer algo más con la leche de sus ovejas. Junto a sus dos hermanas y un hermano, hicieron realidad la aspiración de montar su propia fábrica de quesos: la quesería Fuentevieja.
Un producto que manejan de principio a fin, desde ordeñar a la oveja hasta empaquetar y enviar el queso al comprador. “Tras la pandemia, nos hemos tenido que reinventar y ahora vendemos también a través de redes sociales, donde hacemos ¡incluso sorteos!”, ríe Pilar, sorprendida de ella misma. Su sobrino les ayuda con las nuevas tecnologías y en Instagram ya cuentan con más de 1.200 seguidores. Internet se ha convertido en un escaparate a nivel nacional: “en la web pone que solo hacemos envíos dentro de la Península y nos escriben hasta de Mallorca!”, nos cuenta ilusionada.
Productos 100% artesanales, hechos con cariño y de alta calidad, con los que tratan de seguir innovando y experimentando con distintos ingredientes. Una familia campechana y natural que transmite la pasión por aquello que hace y el conocimiento profundo sobre su trabajo. Estrictos con los tiempos de cuajada y metódicos en el proceso de elaboración, durante el cual no puede faltar un descansito para recargar energía a base de queso y chorizo. Felices con su profesión, trabajan duro por sacar adelante este proyecto a pesar de las adversidades y consecuencias de la Covid-19.
Maria José, al pie de las renovables
Al Sur de la Península, encontramos a María José. Ella cambió su vida de oficina en la ciudad por la oportunidad que le brindó Iberdrola de trabajar en proyectos de energía eólica y solar en un entorno rural. Al aire libre, reconoce que está encantada de vivir y trabajar a pie de campo; su labor diaria consiste en el mantenimiento de las instalaciones con chequeos rutinarios, asegurando el buen funcionamiento de todos los molinos y placas solares que generan energía renovable.
Para ella, vivir en el campo es casi todo beneficio. Si bien es cierto que a la hora de formar una familia puede ser más difícil el acceso a universidades, hospitales… pero la tranquilidad y el aire puro que se respira en el campo es irremplazable.
Basada en su experiencia, ella no ha sufrido ninguna traba por el hecho de ser mujer en las tareas que desempeña, asegura que son exactamente las mismas que la del resto de sus compañeros. Además, se siente orgullosa de trabajar en una empresa que apuesta por la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres. María José espera que en esta etapa de incertidumbre se realce la importancia de los pueblos y se les asegure un futuro a todos ellos.
Maite, la arquitectura desde lo rural
Y no son las únicas a las que “les tira” el pueblo y el campo. Es cierto que el coronavirus ha despertado la posibilidad de teletrabajar desde cualquier sitio, sin necesidad de estar en la ciudad y metidos en una oficina. Este el caso de Maite Jiménez-Cervantes, una arquitecta murciana que no aguantó más de un año en Madrid. “Mi marido, con el que comparto el estudio ‘Éxodo Urbano’, se iba de casa de ocho a ocho, no veía a las niñas y yo dejé de trabajar para dedicarme a ellas”, confiesa.
El ritmo frenético de la ciudad la asfixió y optaron por mudarse a Lozoyuela, en la sierra madrileña. “Es cierto que buscábamos un pueblo que tuviese servicios y donde no nos faltase de nada. Una buena conexión a Internet y poder trabajar desde casa era básico, así como que hubiese un buen colegio para nuestras hijas”, reconoce. Tener el estudio en el sótano de su casa les hace ahorrar tiempo en desplazamientos, gastos de alquiler de oficina y les aporta flexibilidad horaria para poder conciliar con su vida familiar. Porque, para ellos, lo rural es lo natural.
Pilar, ecología por encima de todo
Vecina de enfrente de Maite y también mujer emprendedora desde el mundo rural: Pilar Ruiz. Con más de 15 años de experiencia, está al frente de Piel Sana, un pequeño laboratorio de productos específicos para el cuidado de la piel. Después de que sus dos hijos fuesen diagnosticados de problemas dermatológicos, empezó a investigar y se convirtió en una profesional en la dermocosmética.
Bajo la premisa de “no uses nada en tu piel que no te puedas comer”, elabora jabones, champús, dentífricos, cremas corporales y terapéuticas, entre otros productos que vende también desde el sótano de su casa. Admite que lo que más ventas le genera es el ‘boca a boca’, gente con problemas de piel que conoce el tratamiento y va en su búsqueda.
Personas como Maite, Pilar o María José visibilizan la importancia de las mujeres rurales, que simbolizan el presente y el futuro de nuestros pueblos. Impulsar y reivindicar su papel es clave para asegurar el mantenimiento de la actividad en áreas despobladas, cuya relevancia se ha puesto más de manifiesto que nunca durante esta pandemia.
Hoy queremos celebrar el Día de las Mujeres Rurales con estos ejemplos de vida que nos hacen ser optimistas. Porque nuestros pueblos ya no solo son pasado y tradición, sino futuro, innovación y núcleo del desarrollo de la nueva economía verde.