Un bonito paseo por los Saltos del Duero

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* Autor: Alejandro Rodríguez Carabias *

Comencé a trabajar en la presa de Almendra en el año 1967 como oficial electricista de mantenimiento. Era la primera vez que formaba parte de una gran obra -con 18 años-.

Supuso todo un reto construir una presa como ésta, de 190 metros de altura y más de 2.000 de longitud; llevar a cabo cavernas subterráneas para albergar las turbinas a 450 metros de profundidad; y construir pozos de presión, túneles de acceso y de desagüe excavados en granito.

Vienen a mi cabeza muchos recuerdos, como el trabajo en la cantera de donde se extrajo la piedra para fabricar el hormigón de la presa. Eran espectaculares las voladuras que se hacían. Ver esa enorme masa de piedras elevándose varios metros de altura, lanzada a más de mil metros de distancia.Aldea

Menos espectacular, pero más impresionante, era provocar la explosión. Los electricistas conectábamos los detonadores, y ejecutábamos el disparo  protegidos por el cazo de una de las palas que cargaban la piedra en los camiones.

Como trabajaba mucho personal, era complicado avisar a todos de que se pusieran a cubierto durante la voladura. Establecimos para ello una norma interna: tres toques de sirena avisarían, en primer lugar, de que iba a efectuarse la voladura; un segundo toque, de su inminencia para buscar un sitio seguro; y, el tercero, precedía la voladura. Estaban programadas a las ocho de la mañana y de la tarde, coincidiendo con los cambios de relevo para que hubiese menos personal en las inmediaciones de la cantera.

Tampoco olvidaré el blondín, un sistema de grúa para los trabajos de la presa. Compuesto de una torre fija de 220 metros de altura y dos torres móviles. Estaban separadas por más de 2000 metros y trabajaban a gran velocidad manejando grandes cargas de hormigón. Para su mantenimiento recorríamos en una carrucha las instalaciones que unían sendas torres, con ascensos de hasta 230 metros en su parte central. En alguna ocasión, debías amarrarte con un cinturón para la reparación. No conocíamos aún los arneses.

Almendrapeque

El personal contratado procedía de muy diversas profesiones. Éramos prácticamente autosuficientes. Había taller mecánico para vehículos de la obra, taller de calderería y tornos para construir todo tipo de piezas; un taller eléctrico para el mantenimiento de maquinaria y montaje de instalaciones para servir a la obra y al poblado; taller de carpintería para la fabricación de encofrados o de ferralla… ¡Incluso, gasolinera!

Los poblados disponían de los mismos servicios que una pequeña ciudad: escuela, centro médico, servicio religioso, tiendas, restaurante, bares, cine y piscina. En la fiesta del poblado era habitual la celebración de novilladas y combates de boxeo.

Después, me trasladé a Villarino para trabajar en el montaje de la central hidráulica, donde estuve hasta mi incorporación al Servicio Militar. Pero volví a Salamanca, a la central hidráulica de Aldeadávila y completaría el arranque de las bombas de Villarino desde ésta.

En tantos años he conocido a compañeros de distintas secciones de la empresa y conviví con estudiantes internacionales que completaban sus prácticas de verano en la central.  Me he casado. He criado a mis hijos en el poblado, donde cursaron los estudios hasta los diez años. Y los he visto partir a Salamanca con esa misma edad para que pudieran acabarlos. Era duro. Para los padres, por tan temprana separación; para los hijos, viéndose ingresar en un internado para completar su formación.

Con todo, me he sentido realizado. Orgulloso de haber pertenecido a los distintos equipos que han hecho posible la construcción de estas grandes instalaciones de nuestra compañía. Una obra que, a día de hoy, sigue siendo una pieza fundamental del sistema eléctrico.

Autor: Alejandro Rodríguez Carabias
Bio: Hace tan solo unos meses que me jubilé. He desempeñado la mayor parte de mi vida laboral en Iberdrola, en el gran complejo hidroeléctrico conocido como Saltos del Duero, principalmente en la central hidráulica salmantina de Villarino.