* Autora: Guadalupe Díaz Muñoz *
Es curioso cómo un hecho fortuito te puede cambiar la vida, haciendo encadenar una serie de sucesos que te llevan por derroteros imprevistos.
Fue a los 16 años cuando, debido a un accidente de tráfico, tuve que estar en ‘retiro’ durante unos meses y, con el fin de aprovechar el tiempo, me puse a estudiar inglés, algo novedoso a principios de los años 70, cuando el francés era el idioma común en los estudios.
Ese hecho hizo crecer en mí un interés especial por la cultura anglosajona, de manera que en la primera oportunidad que tuve me fui a pasar unos meses a Edimburgo, aprovechando que mi hermano estaba allí haciendo el doctorado. Desde el primer momento quedé prendada de la ciudad, el paisaje, el folclore y la gente, con un carácter en muchas cosas parecido al mediterráneo. Tanto me identifiqué con su cultura que hasta formé parte de un grupo de Scottish country dance, el baile típico de allí, con el que, aparte de los ensayos semanales, actuaba en el open air theatre de Princes Street Gardens cada domingo.
Cuando volví a España, tenía claro que quería profundizar en el conocimiento de esa cultura y comencé a estudiar la carrera de Filología Inglesa en la Universidad Complutense. Era el momento de vivir el ambiente universitario y me incorporé al grupo de bailes regionales de la facultad.
Por aquel entonces, compaginaba los estudios trabajando en una fundación americana, a través de la cual solicité una beca para formarme en Estados Unidos y éste fue mi siguiente destino: Occidental College, en Los Ángeles, donde durante un año conocí la realidad de un estado fronterizo con México. Era el curso 77-78 y la diferencia del modo de vivir americano y español era abismal. Siguiendo mi afición por el baile, formé parte del grupo universitario de folclore mexicano, que me dio la oportunidad de actuar en diferentes auditorios por California y norte de México. En su conjunto, mi estancia allí fue una gran experiencia que ha marcado toda mi vida.
A la vuelta de mi aventura americana, mi padre, profesional de la antigua Hidroeléctrica Española, me convenció para que me presentara a unas pruebas para trabajar en Cofrentes. Aquí comenzó mi carrera profesional en Iberdrola: ser profesora de inglés y encargada del internado que la empresa tenía en el Salto de Cofrentes. Allí estuve dos años con unos compañeros maravillosos, un trabajo que favorecía la formación integral de los alumnos y la creatividad de los profesores, y todo ello en un entorno bellísimo. El único inconveniente era que no había ningún grupo folclórico por los alrededores, pero lo suplía organizando bailes con mis alumnos los fines de semana en que tenía guardia.
De vuelta a Madrid, comencé mi variado recorrido circular por la compañía. A un ritmo medio de cinco años en cada departamento, conocí desde el despacho de Hermosilla, los entresijos de los negocios de Distribución, Comercial, Marketing, Investigación y Desarrollo, Relaciones Institucionales Internacionales y vuelta a Formación, donde estoy actualmente.
Gracias al inglés tuve la oportunidad de colaborar como traductora e intérprete en congresos y exposiciones por España y el extranjero, así como con visitas a la empresa de misiones comerciales e institucionales extranjeras.
Y también gracias al inglés me encargo, desde 1999, de gestionar el Programa de Formación de Idiomas para los profesionales de Iberdrola, en el que se ofrecen una serie de modalidades para que todos los empleados que necesiten estudiar idiomas puedan elegir el método adecuado a sus circunstancias.
Ahora, con la jubilación casi a la vista, ya estoy metida en un proyecto cultural de la UNESCO en el que voy a dar soporte a la cuestión de las traducciones. Estoy encantada con esta iniciativa porque, además, ¡¡hay una sección que se dedica al estudio del folclore!!
¿Todavía hay alguien que se cuestione para qué sirve el inglés?