Puede que no se haya conseguido un gran acuerdo, pero la Cumbre para el Desarrollo Sostenible de la ONU se ha cerrado en positivo. Después de intensas negociaciones, varios meses de preparación y tres días de debate, se ha logrado que 193 países acepten espacios y consideraciones comunes para favorecer el desarrollo sostenible. En el contexto de crisis actual y ante un mundo demasiado complejo, donde ni siquiera la UE es capaz de navegar unida, el hecho de que las políticas de desarrollo sostenible ofrezcan la oportunidad de aunar intereses y abran caminos para avanzar es un motivo para generar esperanza.
En las 49 páginas del acuerdo de Río+20 se abordan todos los asuntos que pueden y deben preocupar a la humanidad en el presente y en el futuro. En el texto quedan firmemente asentadas las tres dimensiones del desarrollo sostenible: social, ambiental y económica. En todos los temas abordados hay acuerdos y consideraciones comunes, aunque alguno de ellos sea débil y se le pueda tildar de insuficiente para ir más allá de lo que teníamos hasta ahora. Sin embargo, no debemos de olvidar que los acuerdos que proceden de la Cumbre de Río 92 y otras conferencias internacionales recogen muchas propuestas de avance que aún hoy no se han puesto en práctica a nivel mundial, a pesar de que con su implantación se resolverían muchos problemas.
La realidad es que en la Tierra convivimos con más de 1.300 millones de personas que viven en situación de pobreza y con varios millones que no tienen acceso a energía. En esto estamos todos de acuerdo, por lo que el gran reto no es otro que el afrontar estos problemas y buscar medidas de implementación y financiación para hacer que las cosas cambien.
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Río+20 ha ratificado el problema del cambio climático. El texto firmado por los países reconoce que se trata de una cuestión que “afecta a todos los países” y que se ha convertido en un reto común de nuestro tiempo, admitiendo la “profunda alarma por el aumento global de las emisiones de gases de efecto invernadero”. Sin embargo, habrá que esperar a la cita del COP18, que se celebrará a finales de este año en Doha, para ver avances más concretos.
En materia de energía, el texto aprobado en Río de Janeiro destaca el papel relevante que juega en los procesos de desarrollo. Erradicar la pobreza es más factible garantizando el acceso a servicios modernos de energía sostenible que, al mismo tiempo, suponen un avance para salvar vidas, mejorar la salud y cubrir las necesidades humanas básicas.
Entre los compromisos del texto de Río+20 se habla del esfuerzo que deben hacer los gobiernos para facilitar a los sectores públicos y privados inversión en las “relevantes y necesarias tecnologías energéticas limpias”, una cuestión prioritaria, según los firmantes de la Cumbre. En este sentido, se marca un camino concreto que contempla la eficiencia, la diversificación del mix energético y la promoción de la investigación y el desarrollo en este sector en todos los países. El propio Ban Ki-moon, secretario general de la ONU, recordó que la iniciativa Energy for All (E4ALL), jugará un papel decisivo a la hora de establecer prioridades.
Sin duda, quedan pasos por dar, como también sucedió en Río 92, pero creo que Río+20, se centra en problemas globales como el cambio climático y la triple vertiente del desarrollo sostenible, refuerza compromisos y marca retos. Al mismo tiempo, reconoce el papel de las iniciativas de organizaciones privadas, como Iberdrola, que, integrando la sostenibilidad en su estrategia, ayuda a avanzar en los retos globales y sirve de guía para otras compañías dispuestas a asumir el compromiso de conseguir objetivos más allá de los que el propio documento de Río+20 establece.