Tras diecisiete años desempeñando en Iberdrola funciones relacionadas con el medio ambiente, mi llegada a la Fundación hace algo más de dos años y medio marcó un punto de inflexión en mi carrera profesional. Poner en marcha proyectos relacionados con el arte, la cultura o la biodiversidad y, en definitiva, contribuir a difundir la faceta más amable de la compañía desde la Fundación, es para mí una satisfacción.
Como sabéis, desde hace años Iberdrola viene apoyando decididamente a grandes museos, como el Guggenheim o el Bellas Artes de Bilbao, pero a finales de 2010 dio un paso más cuando la Fundación adquirió la condición de Protector del Programa de Restauración del Museo Nacional del Prado y, poco después, nuestro presidente, Ignacio Galán, pasó a formar parte del Patronato de la Pinacoteca.
Nuestra colaboración ha coincidido con la presentación de importantes restauraciones, como los retratos ecuestres de Felipe III y Margarita de Austria de Velázquez, esculturas como Nerón y Séneca de Eduardo Barrón o la obra romana Ariadna Dormida, así como con el sensacional descubrimiento de la pintura El vino de la fiesta de San Martín, de Pieter Bruegel el Viejo, considerado por el director del Musea Brugge, Manfred Sellink, el mayor descubrimiento de pintura flamenca de los últimos 25 años. Todo esto es posible gracias a la labor del Taller de Restauración del Prado, cuyo prestigio le sitúa entre la elite mundial de la investigación artística.
Para la inmensa mayoría de amantes del arte, aunque no expertos, entre los que me cuento, la labor de estos magníficos profesionales es callada y desconocida hasta que un día salta a los titulares de prensa y televisión la presentación de los resultados de meses de su trabajo e investigación sobre una obra. Baste recordar el reciente revuelo internacional, surgido con la restauración de la copia de La Gioconda del Prado antes de su envío a la exposición temporal sobre Da Vinci en el Louvre. Esta copia ha pasado de considerarse una réplica más a ser una pieza fundamental para conocer el funcionamiento del taller de Leonardo, al haberse realizado de forma simultánea a la original.
Llegados a este punto, me gustaría compartir la experiencia de conocer el Taller de Restauración, esa zona oculta a los visitantes y de acceso restringido. No se trata de un único espacio, sino de varios repartidos por diferentes dependencias donde trabajan los restauradores de escultura, de dibujo, de marcos, de soportes y de pintura; sin olvidar ese otro espacio donde modernos aparatos realizan radiografías, reflectografías infrarrojas y un montón de pruebas más que te hacen pensar que estás en un laboratorio médico y no en un museo.
En el taller los protagonistas son los restauradores, hombres y mujeres en apariencia normales pero que tienen en sus manos la enorme responsabilidad de restaurar y devolver su esplendor a pinturas maestras. Mientras en un extremo se trabaja en los soportes de una colección de tablas de Rubens, creando de manera artesanal toda suerte de muelles y artilugios que solucionen las tensiones de las tablas, en otro lugar destaca, magnífico por sus dimensiones y belleza, El Calvario de Roger van der Weyden, traído hace ya un año desde el Monasterio de El Escorial para su restauración; entre medias, pinturas de Goya, Tiziano y otros grandes artistas reciben los atentos cuidados de estos expertos.
Reconozco que me sentí sobrecogida al caminar entre obras que bien había visto colgadas de las paredes del museo a la debida distancia, bien en las páginas de los libros. Sin embargo, lo más entrañable para mí fue conversar con estos restauradores, que atienden con inusitada paciencia toda suerte de preguntas que los profanos en la materia vamos lanzando una tras otra, incansablemente, a medida que nos van desgranando los detalles de su trabajo.
El esmero, inmenso cuidado, delicadeza y profesionalidad con la que trabajan sólo puedo definirlas con una palabra: pasión. Pasión por el trabajo bien hecho, con calidad. Esta pasión, que a menudo he constatado en compañeros a lo largo de mi trayectoria en la empresa, es la que pretendo trasladar a mi trabajo, obviamente mucho más modesto que el de los restauradores del Prado, pero no por ello menos importante. Tengo que reconocer que, desde esta emocionante visita al taller del Prado, cuando ahora observo una pintura o una escultura lo hago con otros ojos.